Playas de arena blanca, aguas turquesas y un silencio solo interrumpido por el mar. Así es Porquerolles, una joya escondida frente a la Costa Azul donde no circulan coches y el ritmo lo marca la naturaleza. Perfecta para quienes buscan desconexión total en un entorno paradisíaco, esta isla francesa combina encanto mediterráneo con paisajes que parecen sacados del Caribe.
Mientras algunos destinos ganan fama sin una razón clara, hay otros cuya belleza y tranquilidad merecen mucho más reconocimiento del que tienen. Porquerolles es uno de esos lugares: una isla francesa encantadora, resguardada con celo por los locales para evitar que la descubra el turismo masivo. Con su aire sereno, paisajes de ensueño y playas que parecen sacadas de una postal, es el rincón perfecto para quienes buscan una escapada auténtica y silenciosa.
Aunque parezca irreal, existe una isla francesa en pleno Mediterráneo donde los coches no son bienvenidos, por lo tanto se vuelve u rincón extraordinario. Aunque la isla ya atrae a entendidos desde hace años, es ahora cuando empieza a filtrarse por redes sociales y boca a boca como el secreto a voces que podría convertirse en el destino estrella del próximo verano.
Porquerolles es la más grande de las islas que componen el pequeño archipiélago de las Îles d’Hyères, también conocido como las Islas de Oro. Mide unos siete kilómetros de largo por tres de ancho y se encuentra apenas a 15 minutos en barco desde la localidad de Hyères, a mitad de camino entre Marsella y Niza. Un trayecto breve, pero suficiente para desconectar del ruido de la civilización, especialmente cuando el ferry te deja en el coqueto puerto principal, único pueblo de la isla.
Fundada en el siglo XIX por François Joseph Fournier, un visionario belga enamorado del lugar, la isla pasó por varias manos privadas antes de que el Estado francés la adquiriera en los años setenta para preservarla de un desarrollo turístico excesivo. Desde entonces, Porquerolles se mantiene prácticamente intacta, con el 80% de su superficie convertida en Parque Nacional. Esta protección ha limitado estrictamente las construcciones y prohibido tajantemente la circulación de coches, a excepción de algunos eléctricos utilizados para tareas esenciales.
Plage Notre Dame, por ejemplo, suele encabezar los rankings de las mejores playas de Francia por su arena blanca y fina, aguas cristalinas y una sorprendente tranquilidad, incluso en pleno mes de agosto. Otra joya imprescindible es la Plage d’Argent, con un color turquesa tan intenso que parece retocado por Photoshop, pero que es puro Mediterráneo.
Para llegar a ellas, la opción más popular es alquilar una bicicleta en el puerto principal, donde hay varias tiendas y talleres dedicados a este transporte. Estas rutas son son fáciles, bien señalizadas y aptas para cualquier edad y condición física.
Más allá del sol y la playa, uno de los grandes atractivos de Porquerolles es la gastronomía provenzal en versión isleña. Pequeños restaurantes en el pueblo ofrecen pescados frescos y platos sencillos pero deliciosos, como ensaladas niçoises, quesos locales, o un pescado a la plancha regado con aceite de oliva producido en la misma isla.
Entre los favoritos locales está el restaurante L’Orangeraie, escondido en una calle lateral, que sirve una excelente bouillabaisse; o La Plage d’Argent, que además de vistas al mar, ofrece mariscos frescos y tartares de pescado al estilo provenzal.
Aunque el verano es la temporada alta, la primavera tardía y el otoño temprano son, probablemente, los momentos más agradables para visitar Porquerolles, cuando las temperaturas son suaves, los días soleados, y las multitudes notablemente inferiores. Si los visistas en julio o agosto, conviene reservar con bastante antelación el alojamiento, ya que la oferta hotelera es limitada.
Otra recomendación importante: aprovecha las primeras horas del día para disfrutar de las calas más populares con tranquilidad, dejando la tarde para explorar el interior, pasear por el pueblo o sentarte en una terraza.